Pasión por la profesión

Uno de los profesores que más influyeron en fomentar mi pasión por la profesión fue don Fernando Soler García.

Antes de obtener la cátedra de dibujo, tuvo una larga trayectoria profesional como ingeniero técnico. Se formó con ingenieros alemanes y era gran conocedor de su normalización.

Todas sus clases eran magistrales. Duraban dos horas, pero él con gran destreza y con la sola ayuda de un trozo de hilo y una tiza, trazaba el dibujo y lo explicaba en menos de 20 minutos. El resto del tiempo lo pasaba contando anécdotas de su vida profesional y poniendo ejemplos de las bondades de la normalización.

En una ocasión nos contó que en Barcelona hubo un gran incendio y tuvieron que pedir ayuda a bomberos franceses. Pero cuando llegaron no pudieron hacer nada, ya que las mangueras de los franceses no se adaptaban a las bocas no normalizadas españolas. Ni que decir tiene que hubo más de una sonrisa pícara con este ejemplo.

También nos contó cuando diseñaron unas bombas para un submarino. Pero cuando las montaron tuvieron que desecharlas, porque se habían olvidado considerar que éstas tenían que funcionar a las presiones elevadas que hay bajo el agua, y ellos la habían calculado para la presión atmosférica.

Pero su lección más magistral fue cuando se presentó en clase y directamente nos dijo:

—Ustedes no son ingenieros ni son nada. El que era ingeniero era un campesino que conocí durante la guerra civil.

Entonces nos contó que durante los bombardeos eran frecuentes los apagones, y a este campesino se le quemaba la bomba cada vez que tras el apagón, volvía la electricidad. La bomba se arrancaba, en condiciones normales, con resistencias que iban subiendo la tensión poco a poco. Pero al volver el suministro de repente, se aplicaba toda la tensión y el motor se quemaba. El buen señor, harto de tener que extraer el agua a mano mientras esperaba que le reparasen el motor, ideó el siguiente automatismo:

Cogió un balde, le practicó varios agujeros. Mientras que salía agua del chorro, el balde que estaba debajo permanecía lleno; pero si por algún motivo no salía agua se vaciaba en menos de un minuto. El balde estaba colocado al extremo de una vara, en el otro había atado un hilo, y éste a su vez, atado a un interruptor de cuchillas. De forma que al vaciarse el balde, al irse la luz por ejemplo, tiraba del hilo y desconectaba el motor.

Don Fernando concluyó diciendo:

—¿Era o no este señor un ingeniero?

Nunca supe si la historia era o no real, a mí, pasado el tiempo, se me antoja como sacada de los inventos del Tebeo, pero en aquel momento consiguió dar el golpe de efecto deseado.

A veces, sobre todo en primero, solía sacar algún alumno a la pizarra. Recuerdo que ese día nos estaba explicando lo que él mordazmente llamaba la teoría del punto grande, pero que para él era más como un agujero negro que se lo tragaba todo.

Esta teoría era, en realidad, un truco que empleábamos los alumnos para forzar a que una recta pasase por un punto, el truco era bastante conocido, ya que todos lo habíamos empleado en alguna ocasión.

Entonces sacó a Sakín a la pizarra, le hizo agrandar el punto y escribir al lado agujero. Pero Sakín, que era sirio, y había aprendido español en la calle de aquella manera, escribió: “bujero”.

Don Fernando, que no sabía la procedencia de nuestro compañero, exclamó:

—¡No seas burro! ¡No seas de tu pueblo!

A lo que Sakín respondió con su peculiar acento:

—¿Realmente quiere que lo escriba como en mi pueblo?

Y sin esperar respuesta, empezó a escribir de derecha a izquierda en perfecto árabe.

Don Fernando exclamó:

—¡Si es lo que digo yo! ¡Estas son las naciones unidas!

En aquella época, a pesar de no existir las becas Erasmus, en nuestra escuela había alumnos de muchas nacionalidades.

Pasión por la profesión - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez