Buscando trabajo para el verano

No sólo nos dedicábamos a pasarlo bien en esa etapa de la adolescencia. Siempre estaba ocupado ayudando en algo: a mí madre en casa, a mi padre en el cuidado de las cabras y becerros, a mi abuela y mi tía Antonia en los tomateros, o a los vecinos en la construcción de sus casas o…

Rara era la semana que alguien no necesitara nuestra mano de obra para un techo o acarrear materiales de construcción. Claro que todo esto lo hacíamos sin cobrar.

Pero a partir de los catorce años, en vacaciones trabajé puntualmente como jornalero. Cuando se cortaba la fruta, cargando los racimos de plátanos, o en alguna punta de trabajo. Mi padre me llegó a conseguir un trabajo en una tienda de muebles descargando contenedores.

Uno de esos veranos, Paco Monzón y yo salimos de casa a la aventura, teníamos el objetivo de encontrar trabajo. Pero la información que teníamos era muy vaga: que si Mr. Lover (el sueco) estaba buscando gente para los invernaderos del Cardonal, que si Don Nicolás (el repartidor) estaba buscando para trabajar en las plataneras del Sobradillo, y no recuerdo cuantas posibilidades más. Estuvimos de allá para acá yendo a donde quiera que nos dijeran.

Recuerdo que cuando estábamos llegando al Cardonal, nos paró el sueco y nos llevó, pero cuando le hablamos de trabajo no lo vimos receptivo. En el sobradillo hablé directamente con el encargado de la finca, que era suegro de mi hermana. En primera instancia no me conoció, pero luego me mandó llamar a través de ella y me dijo que sólo tenía trabajo para mí, en aquella época conocí a gran parte de las personas de Sardina del Norte que conozco.

También en las vacaciones de 1979 trabajé fugazmente en mantenimiento del alumbrado público, lo dejé para trabajar de peón en las reformas de casa.

Pero el primer trabajo que tuve con contrato fue el que me consiguió mi hermana en los invernaderos, cuando necesitaba dinero para sacarme el carnet de conducir. Consistía en retirar el techo de un invernadero que tenían en barbecho para instalarle uno nuevo.

De pronto me vi subido a más de tres metros de altura, armado únicamente con una tabla y un martillo. La tabla era para desplazarme entre los tirantes de madera, que a forma de endebles vigas, mantenían el techo de lona traslúcida. Con el martillo de orejas desclavaba las tirillas que sujetaban la lona, o lo que quedaba de la misma. Cuando miraba hacia abajo y veía los redondos de hierro que estaban clavados en el suelo, no podía evitar pensar que, en cualquier momento iba a caer sobre uno de ellos y quedar pinchado como una aceituna, o quedar enzarzado como un pincho moruno.

Después de casi perder el equilibrio un par de veces, opté por acelerar el paso, llegar hasta el final y bajarme lo más rápido que pude cuando eran las 12 menos cinco.

Me acerqué al encargado y le dije que ese trabajo no era para mí. Y abandoné la nave, creo que es la mejor decisión laboral que he tomado en mi vida.

Al cabo de un tiempo, cuando ni me lo esperaba, llegó mi hermana con el sueldo de esa media jornada.

Creo que todas estas experiencias me han servido para saber valorar la oportunidad que he tenido de poder estudiar. Y también a saber respetar y ayudar a todas las personas que cada día arriesgan su vida por verse obligados a trabajar sin las mínimas medidas de seguridad.

Por mi actual condición de técnico con formación en esa materia, me siento obligado a denunciar, donde quiera que se produzca, cualquier incumplimiento de esas condiciones, esta obligación es tanto moral como legal, pues de no vigilarlas y hacerlas cumplir podría incurrir en delito.

Buscando trabajo para el verano - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez