Jugando al escondite

El escondite, un juego al que era especialmente bueno. Una vez me escondí en la tronera de la mareta de Panchito. Para poder esconderme allí, tuve que rodear todo el estanque y bajar los húmedos y resbaladizos escalones hasta llegar a la bomba. Era prácticamente imposible que me encontrasen.

Estuve allí bastante tiempo mientras mis amigos me buscaban como locos. En un momento dado apoyé la mano en la pared y toqué algo gelatinoso, creo que se trataba de una babosa. La oscuridad era absoluta, pero de cuando en cuando oía un pequeño chapoteo en el agua, imaginé que se trataba de alguna rana trasnochadora. Como quiera que llevara en aquella húmeda tronera bastante tiempo, sin que me hubiesen encontrado, empezó a entrarme un poco de miedo. Entonces decidí salir y dejarme coger.

La vez que más nos divertimos fue jugando al escondite con Víctor. Como él era el más pequeño, se escondía en los quicios de las puertas sin que lo viesen, salvo cuando no aguantaba más y asomaba la cabecilla, momento en que lo pillaban. Víctor, viendo que este sistema le iba bien, pensó en hacer una leve modificación. Esta vez el amigo se escondió en el quicio de una ventana, sin percatarse que si bien él no nos veía, nosotros si lo veíamos a él, pues parte del tronco y las piernas quedaban a la vista.

Jugando al escondite -© -Rito Santiago Moreno Rodríguez