La gañanía

Desde que yo recuerdo, mi padre siempre tuvo animales. Él prefería las cabras y los becerros porque las vacas necesitaban más cuidados. A estos últimos los vendía para sacrificarlos después del engorde. Con los beneficios obtenidos pudo hacer frente a la dote de tres de mis hermanas, pues la mayor tuvo la suerte de ganarse un pellizco con una quiniela.

Con las cabras proveía de leche fresca a la casa. Las ordeñaba en un balde de zinc y en el camino de regreso a casa con él lleno, a los chiquillos que veía les hacía un bigote blanco con la espuma de la leche. Una vez tuvimos que criar a biberón unos baifos que habían perdido a su madre en el parto. Compramos unas tetinas y se las acoplamos a unas botellas de vidrio. Mis hermanas y yo los amamantábamos e iban saliendo adelante. Todo iba bien hasta que nos enteramos que mi hermano mayor estaba preparando uno de sus banquetes y el plato principal iba a ser cabrito.

Esa era la cruda realidad. En mi casa se sacrificaban: Gallinas, pichones de paloma, conejos y algún baifo. Alguna vez tuve que sostenerlo mientras lo despellejaba.

Cuando mi hermana menor se casó, mi padre que además de tener animales, era marchante a pequeña escala, vio en mi cuñado a alguien que compartía su afición por el ganado. Salían juntos a ver reses, casi más por afición, que por negocio. Una vez que salieron en la moto de este, creo que llevaban un par de pizcos encima, derraparon en una curva y a mi padre le quedó el pie debajo de la moto.

Durante la convalecencia fuimos mi cuñado y yo los encargados de atender a los animales. Bueno, yo hacía lo que llevaba haciendo desde siempre: traer los rolos, las cabezas, las piñas y las hojas de platanera desde la finca a la gañanía. También cogía los brotes de caña que crecían al borde de la acequia, y cargaba la hierba guinea, las plantas del millo y la rama de batata, que plantábamos al borde de las pozas de las mismas.

Lo único que no podía usar eran los objetos cortantes: Cuchillo canario, hoz y machete. De esto se encargaba mi cuñado. Él también entraba entre las vacas a llenarles el pesebre y retirarle el estiércol. Mi padre no me dejaba hacer esa labor desde que un toro, trató de montarlo y lo dejó todo rengado. Todavía recuerdo los enormes cardenales que le dejó en la espalda.

Recuerdo muy bien la distribución de la primera gañanía, entrando a la derecha estaba la alberca que tenía algunas carpas. A continuación el pesebre con capacidad para cuatro becerros, su único defecto era que para echarles el forraje había que pasar entre ellos.

En frente se encontraba el pajar donde se guardaba el afrecho, el rollón y la paja, lo que normalmente llamábamos ración. Ese era el pienso que complementaba la alimentación de los becerros. El resto era a base de vegetales frescos procedente de las plataneras, y lo que se cultivaba en ellas.

Siguiendo con las estancias de la gañanía, frente al pozo estaba la cuadra de la yegua del dueño de la finca. Mi hermano Pablo se encargaba de su cuidado, le daba de comer, le limpiaba la cuadra, la cepillaba, y la sacaba a pasear. Pero nunca la montaba, ese privilegio era de los dueños, aunque nunca los vi a caballo. 

Después de la cuadra, justo a la entrada existía una pequeña estancia amurallada donde se almacenaba el estiércol que luego se usaba para abonar las plataneras.

Realmente todo conformaba una pequeña explotación ecológicamente sostenible.

Foto: Detalle de un Pesebre con becerros y del forraje con que lo alimentábamos. 1 pesebre, 2 rama de batata, 3 hierba de guinea, 4 platanera, 5 cabras, 6 millo, 7 cañas.

La gañanía - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez