La pipa

Como cada mañana Augusto se levantó y miró los mensajes de su móvil: Sms, WhatsApp y Facebook. En este último vio que su amiga María había realizado algunos cambios. Su foto de perfil ahora era un lazo negro y en la de portada había una de Paco donde se podía leer: Siempre te querré. Intrigado decidió seguir leyendo; María indicaba la hora del entierro y el tanatorio donde se encontraba la capilla ardiente de su marido.

Tras llamar a su jefe para pedirle el día libre se presentó en el velatorio, preguntando al recepcionista por la habitación de Paco López. Tras la cara de asombro del empleado, cayó en la cuenta y rectificó, ya más concentrado:

—¿En qué sala se encuentra?

Cuando llegó, buscó a María entre la multitud y se dirigió a ella; a pesar de las circunstancias la vio más hermosa que nunca. Le dio el pésame acompañado de un prolongado abrazo y un sentido beso, torpemente depositado, cerca de la comisura de sus labios. Cuando llevaban un rato en esa posición, que a Bernardo le pareció una eternidad, Augusto se percató de la presencia de su amigo, que le hizo una señal para que lo acompañase a un lugar más reservado.

Camino de la cafetería Bernardo le contó que Paco había hablado con él antes de suicidarse, porque pensaba que su esposa lo engañaba. Había encontrado la factura de una carísima pipa de espuma de mar a nombre de su mujer y sobre la que María se negaba a dar explicaciones. Bernardo hizo jurar a su amigo que mantendría el secreto sobre el suicidio de Paco, ya no tan solo por la dignidad de su amigo sino por la de María, y por su futuro económico, pues si el seguro sospechara de la verdadera causa de la muerte, abrirían una investigación que duraría meses.

A Bernardo, que lo conocía bien, no le pareció que Augusto estuviera muy afectado por lo sucedido, al contrario, le notó ausente, mientras jugueteaba con un objeto que tenía en el interior del bolsillo del abrigo.

Continuará...

 

La pipa - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez