Mi abuelo materno
Mi abuelo Gregorio medía cerca de dos metros, eso le valió el apelativo de “Gregorio el canario”. Era una persona muy apegada a la tierra y nunca le vi perder la compostura.
No era partidario del castigo corporal, y era enemigo de chismes y falsedades. Contaba que de pequeño recibió bastantes castigos de su padre, porque este daba crédito a acusaciones mal intencionadas de terceras personas.
Vio como muchos de sus parientes y amigos emigraron a Cuba, de los que algunos no volvieron a Canarias. Sin embargo él decidió quedarse y abrirse camino trabajando en la agricultura, tanto por cuenta ajena como en su propia finquilla que atendía fuera de jornada. Mi madre recordaba que sólo lo veía cuando mi abuela le ayudaba a bajar del burro casi dormido y lo metía en casa. O cuando los domingos cuando toda la familia comía junta en el patio de la casa a modo de picnic, con un mantel tendido en el piso bajo la barra.
Tanto trabajaba que mi tía Amadita, con 3 o 4 años, siempre mencionaba al hombre y todos estaban intrigados preguntándose a que hombre se refería. Un día que mi abuelo llegó un poco antes de las tierras, y cuando mi tía lo vio, empezó a saltar y a gritar:
—¡Viene el hombre! ¡Viene el hombre!
Yo lo recuerdo como una persona de fino humor, que si no fuese porque siempre vivió en Canarias, diría que era humor inglés. En cierta ocasión, estando viendo en la tele el resumen de una de las jornadas de las olimpiadas de Los Ángeles, allá por 1982, estaban dando los resultados de fútbol mientras emitían imágenes de un partido donde estaba lloviendo a cantaros. Mi abuelo se tuvo que ausentar para evacuar aguas menores y a su regreso se estaban ya emitiendo imágenes de waterpolo, al verlas exclamó:
—Ñoh. ¿Tanto llovió que se inundó el campo?
Mi abuelo materno - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez