Todos los domingos y fiestas de guardar

Otro de los acontecimientos que recuerdo de mi infancia es la primera comunión. Aunque mi parroquia era la de San Isidro, la catequesis para los alumnos de mi colegio se impartía en el de las monjas.

Aparte de la catequista, a veces aparecía alguna monja o el párroco Don Agustín que disertaban sobre algún tema. Los días anteriores al acontecimiento nos llevaron con gran misterio y silencio al sagrario de una capilla. Nos explicaron que las formas se custodiaban allí, y que siempre debía estar iluminada por sendas velas. Bueno, nos contaron muchas cosas más que ya no recuerdo. A mí lo que realmente me sorprendió, fue todo el recorrido que tuvimos que hacer, hasta llegar allí. Este sagrario se parecía tanto al que veía todos los domingos en el templo de Santiago, que se me antojó que era el mismo. Pensaba que habíamos atravesado por un pasadizo secreto que unía los dos edificios. Esa fue la película que me monté en mi calenturienta mente infantil, posiblemente alimentado por el misterio que le habían dado las religiosas a la excursión.

Pero, después de la comunión, lo duro fue “El vía Crucis” de recorrer, con esos zapatos nuevos, el pueblo de punta a punta, visitando a todos y cada uno de los abuelos, tíos y demás allegados, repartiendo la conocida estampita. A cada estampita o foto, según el caso, recibía alguna moneda. Recuerdo que conseguí la friolera de mil pesetas.

Mi madre, en un intento de mantener, haciendo honor a su apellido Reyes, la llama de la fe, todos los domingos me daba 10 pesetas para que fuera a misa de once. Las primeras cinco pesetas eran para la bandeja y las otras cinco para mí.

Siempre me sentaba cerca del coro de niñas del colegio de las monjas. Ya que había que ir, ¿por qué no disfrutar de la música?

Estuve más de un año así, hasta que llegué a cuarto, y el maestro nos leía en clase el evangelio correspondiente a la misa el domingo. A partir de ese momento, sólo entraba a la iglesia para recoger la hoja parroquial con los horarios de misas y funerales, pues esa era la forma que mi madre tenía de comprobar mi asistencia al oficio: el evangelio y la hoja.

Desde ese día, aumentó al doble mi paga y me convertí en un pecador.

Todos los domingos y fiestas de guardar©Rito Santiago Moreno Rodríguez