Una película en cuatro dimensiones

Cuando éramos novios, una de nuestras diversiones era ir al cine, normalmente en la sesión de las cinco de la tarde. Al salir comprábamos un dulce o un cono de papas locas y paseábamos por la plaza.

Recuerdo cuando se estrenó la primera película en 3D en el desaparecido cine Unión. Desde que lo habían comprado los dueños del cine Cuyás y el Sol Cinema, la cartelera había mejorado mucho.

La película en cuestión era Tiburón. Tuvimos que comprarnos las gafas polarizadas. Todavía recuerdo la cara de Enriquito, el acomodador, que no podía evitar reírse al vernos con aquellas ridículas gafas.

Nada más empezar la película había una escena en la que uno de los actores iba al servicio a evacuar aguas mayores. Tan pronto se pone a la faena, empieza a llegarnos un tufillo, no era exactamente el correspondiente a la actividad que estaba realizando el actor, más bien era como un olor a queso viejo. Entonces susurré:

—El efecto 3D es algo exagerado, pero lo del olor me ha sorprendido, aunque aún no lo tienen logrado del todo.

En ese momento, un grupo de muchachos de las medianías, que se sentaban en la fila delantera, iniciaron una conversación:

—¡Ñoss! ¡Qué peste tú!

—Cállate, soy yo, me quité los zapatos porque me aprietan.

—¡Chacho! ¡No seas guarro! ¡Póntelos que nos asfixias!

—¡Vale, vale! Es que había olvidado quitarle los cartones.

Tuvimos juerga para el resto de la película. En realidad, no recuerdo nada más de ella.

Una película en cuatro dimensiones - © - Rito Santiago Moreno Rodríguez